domingo, 31 de mayo de 2015

A Matín Aon y Alejo Salem

Más de nueve años han pasado desde que el azar me llevó a entrar en los bogs de Un tal Aon y Alejo Salem (Martín escribía en prosa, Alejo primero en verso, y luego, cuando se empeñó en la prosa, siguió escribiendo, aún en prosa, los mejores versos). Y yo, me quedé enganchada. Esa era mi droga, droga que devoraba, para luego pasarme días y días en anhelante espera, intentando sobrellevar la pena a fuerza de esperanza.

Qué largos se me hacían aquellos días cuando al entrar en mi blog Arsénico, por compasión, no los encontraba. Pero que felicidad también cuando esa alerta alegre me parpadeaba.

Tanto y tanto conseguían sus escritos en mí, que decidí un día, no leerlos más frente al ordenador ni durante el día dónde otras actividades podían paliar ese dolor infinito que mi alma sentía por aquel entonces y que me atenazaba como la muerte y su guadaña.

Meticulosamente cada vez que una nueva melodía de palabras hacía que sonase esa alarma prendida, loca saltaba, entraba en el blog, esforzándome por no leer copiaba y pegaba en un documento word la nueva entrada, luego imprimía y con cuidado y primor guardaba en el segundo cajón de mi mesilla que vacié de sujetadores siempre primorosamente doblados por Nadia, preciosa muchacha que sin decir nada me cuidaba con mimo y callaba siempre cuando me escuchaba llorar y nada mencionaba de la repentina ausencia del dueño y señor de la casa.

Eran mis noches negras, odiosas, mezquinas, mortales y amargas. Eran noches que sigo odiando porque sigue doliéndome recordarlas. Eran noches oscuras, eran noches fieras y atroces, eran infierno y puñal que al corazón mataban.

Pero había noches distintas. Había noches en que en mi mesilla estaban esperando las palabras bellas, los poemas ciertos que me hacían olvidar. Me transportaban.

Y fui acumulando un tesoro en ese cajón que desde hace tanto se quedó vacío, ya no hay nada desde que mis vagos amigos se fueron. Ya no hay nada pues me niego a que vuelvan prendas íntimas a llenar un cajón que albergó el arte, la belleza, la poesía.

Han pasado los años y aun siendo ahora mis noches cálidas, dulces y a veces hasta plateadas, sigo echando de menos secar mis lágrimas con esos pañuelitos de encaje que Nadia dejaba debajo de la almohada, para poder leer esos folios tamaño Din A4 que en los atardeceres, mientras mis hijos tranquilos estudiaban, yo en mi soñar que soñaría, copiaba, imprimía y luego guardaba.

Y echo de menos ese irse mi mente con aquellos versos a otro mundo dónde nada me dañaba.

Da igual que ya no llore, da igual que hasta me ría, que disfrute, que comparta. Al final, cuando ya me acurruco en busca del sueño yo añoro ese marcharme con versos lejos de mi cama.

Y a veces, como hoy, me enfado con mis amigos. ¿Por qué dejaron de escribir? ¿Dónde dejaron sus mágicas palabras?

Ya sé que soy egoísta, que no se puede tener todo. Que hay otros libros, otros poemas, otras palabras.

Pero los echo de menos sin remedio.

Y es que aunque el cuerpo se conforma con poco, con poco no se conforma el alma.





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