lunes, 25 de diciembre de 2017

Increíble, me invadió el espíritu navideño


Ya he montado el belén. Pero no es como mi Belén. Y con este último “mi Belén” me refiero al que yo tenía cuando era pequeña y que no olvido.
Ése que era de todos pero que yo, llamaba mío.

La mayor diferencia que existe entre ambos es que mi Belén de antaño lo montábamos todos: mi padre, mi madre, mis hermanos y yo. En cambio éste lo instalo yo sola. A mi pareja y a mis hijos el belén les importa tres x.

Otra diferencia son las figuritas que en éste no tengo. A saber:

1. La cunita del niño Jesús.

La cunita que San José construyó con las ramas que encontró por allí cerca y a la que luego le puso paja del pesebre para que le sirviera al niño del colchón.
En el que yo tengo al niño lo sostiene la Virgen, lo cual es muy tierno pero increíble. ¿Quién puede creer que María, veinticuatro horas al día, durante catorce días seguidos sostuviera incansable al niño en su regazo? Ni que tuviera los brazos de acero inoxidable.

2. El caganer.

¿Cómo un belén no va a tener caganer? Nosotros siempre lo poníamos detrás de la palmera para que se ocultara con recato de las demás figuritas.

3. La cabra.

Yo ahora, sólo tengo ovejas. En mi Belén a la cabra – una cabra grande y preciosa – la colocábamos en algún risco de la montaña.

4. Los caballos.

Los Reyes que tengo ahora montan sobre camellos, cuando en mi Belén iban sobre caballos tal y como debe ser. Sino ¿por qué narices iba mi padre la víspera de Reyes a poner en el balcón algarrobas? Además lo decía bien claro: “Algarrobas para los caballos” ¿Y de dónde va a proceder la famosa cabalgata de Reyes si no fuera porque los Reyes cabalgaban? No se cabalga sobre camellos.

5. La castañera.

Y a ella sí que no la encuentro. Al caganer lo venden en todas partes, pero a la castañera con su cucharilla para mover las castañas, su pañuelo en la cabeza y su farolito no la encuentro. ¡Por Dios! Que alguien me devuelva mi castañera.

Claro que al revés también ocurre otro tanto, hay cosas que tengo en mi belén actual que no tenía en el otro; como el leñador partiendo leña, los patitos nadando en el río, los tres pajes que acompañan a sus majestades, el pescador, una preciosa fuente de tres caños y también tengo por increíble que parezca a …… Herodes. Sí tengo a Herodes, a su castillo y a sus guardianes. ¿Se puede imaginar mayor crueldad que poner a dos palmos del niño Jesús a Herodes? El niño recién nacido y el artista que idea el belén no se le ocurre otra cosa mejor que añadirle a Herodes ¡Por Dios bendito qué el niño acaba de nacer y estamos en Navidad! Esperad al menos que pasen Reyes antes de poner a Herodes. Dejad al Jesusito unos días de tranquilidad.

Ni que decir tiene que no coloco a Herodes al lado del niñito ni de broma. Es más, hace años que él, su castillo y sus guardianes los puse en una bolsa distinta y los coloqué en el altillo de un armario.

Luego están las cosas que aun siendo iguales se hacen de forma diferente.

El río ahora lo hago con papel de aluminio y sólo el arte de arrurgarlo con tiento, la ribera verdosa de musgo y baladre que me curro a conciencia y las pequeñas gotas brillantes que añado lo hacen parecer real. De niña lo hacía con el papel de plata de las tabletas de chocolate. Además al río le añadía, con una caja metálica de puros de mi padre, una balsa cuadrada a la que llenábamos de agua de verdad y la adornábamos con musgo.

Las montañas las hacíamos con las cortezas de los troncos que luego arderían en la chimenea, ahora las hago con pasta de papel y tinte de ropa.

Es curioso que siempre recuerde el belén con las mismas figuras a excepción del año que nos regalaron – creo que mi prima Consuelito - los Reyes adorando.

Aunque sólo se expusieran por un día, era muy agradable cambiar a los Reyes a los que el primer día colocaba lo más lejos posible del pesebre para poder luego, cada día, ir acercándolos un poquito hacía el portal, por unos Reyes arrodillados y ofreciendo al niño mirra, oro e incienso.

Aunque antes de que me regalaran estos Reyes, un año – y esa vez si fue mi prima Consuelito- me regaló un pato. Menuda ilusión, un pato para el río. Casi volé hacia el belén. Pero cuando llegué pensé que el pato preferiría sin duda en vez de estar en un río caudaloso, nadar tranquilamente por las aguas serenas del estanque. Así que sin dudarlo un momento lo puse en medio de la balsa. No pude contemplarlo mucho tiempo pues era muy tarde y me tuve que acostar. Pero al día siguiente, apenas me levanté y fui como siempre a ver mi belén y a adelantar unos pasos a los Reyes, cuál no sería mi sorpresa cuando no vi al patito. También m
e pareció extraño que las aguas del estanque en vez de trasparentes hubieran tomado un misterioso color marrón.

No sé si lloré o grité. Pero algo debí hacer porque al momento mi madre y mi hermana estaban conmigo preguntando qué me pasaba. Yo se lo conté. Y mi hermana me explicó el extraño suceso:

El patito era de barro y después de toda una noche en el agua se había derretido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario